Nuestro Directorio de Misiones Populares dice que “Dios quiso que el mundo se salvara por medio de misioneros” [1] . Y la Escritura dice: Fue voluntad de Dios salvar a los que tienen fe por la locura de la proclamación.[2] Y así, toda la historia de la Iglesia da testimonio de cómo Dios, en su infinita misericordia, asoció a innumerables hombres y mujeres a trabajar en su viña, pues, “sólo por las misiones las almas obtienen la vida eterna” [3] . “las obras de Dios están siempre bajo ataque para que resplandezca la divina magnificencia”[4], diría san Alfonso: “podemos percibir claramente los esfuerzos del infierno para impedir [la predicación de las misiones]” [5]

El mandato de Cristo a los Apóstoles no es algo que pertenezca al pasado, sino que goza de una actualidad perenne en el seno de su Santa Iglesia. San Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Missio afirma: “Lo que se hizo al comienzo del cristianismo para promover su misión universal sigue siendo válido y urgente hoy. La Iglesia es misionera por su misma naturaleza, porque el mandato de Cristo no es algo contingente o externo, sino que llega al corazón mismo de la Iglesia. De ello se sigue que la Iglesia universal y cada Iglesia individual son enviadas a las naciones”[6]. El Papa Francisco dice lo mismo repetidamente, cuando habla del dinamismo misionero permanente de la Iglesia que la lleva siempre a “salir adelante”. [7]

Si la Iglesia no fuera misionera, traicionaría su misma esencia y misión, que es prolongar el envío redentor del Verbo de Dios Encarnado. Tal es la enseñanza de toda la tradición de la Iglesia, expresada con la mayor elocuencia en el Concilio Vaticano II: “La Iglesia peregrina es misionera por su misma naturaleza, ya que es de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo que ella encuentra su origen, según el decreto de Dios Padre» [8] . Y en otro lugar: «Como el Hijo fue enviado por el Padre, así también Él envió a los Apóstoles (Jn 20, 21), diciendo: Id, por tanto, haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado. Y he aquí, yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28, 19-20). La Iglesia ha recibido este mandato solemne de Cristo de anunciar la verdad salvadora de los Apóstoles y debe llevarlo a cabo hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1, 8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio (1 Cor 9, 16) y continúa enviando sin cesar heraldos del Evangelio hasta que las iglesias nacientes estén plenamente establecidas y puedan continúan ellos mismos la obra de evangelizar”[9]

Del mismo modo, nuestro Instituto, nacido en el seno de la Iglesia por una gracia carismática del Espíritu Santo, que sirve para la edificación de esa misma Iglesia, ha sido concebido como Instituto misionero y cada uno de nosotros es enviado por Cristo en de la misma manera que Él fue enviado por el Padre. Por eso decimos: “Imitando a ‘Cristo anunciando el Reino de Dios’,[10] queremos dedicarnos a la labor apostólica”.[11] Esta llamada a la misión está tan arraigada en nuestra vocación de religiosos del Verbo Encarnado que decimos que anhelamos ser “’como una nueva Encarnación del Verbo’, cumpliendo así nuestra esencial llamada a ser misioneros y Marianos” [12]

Por tanto, «nuestra pequeña Familia Religiosa nunca debe cerrarse en sí misma, sino que debe estar abierta como los brazos de Cristo en la Cruz que fueron ‘dislocados’ por amor».[13] Debemos mantenerlo siempre firmemente arraigado en nuestra mente, y en nuestro corazón. Individual y colectivamente, debemos sentir la ardiente responsabilidad del compromiso adquirido el día de nuestra profesión religiosa de votos en nuestro Instituto: el compromiso de “no ser esquivos a la aventura misionera”.[14]

Por eso, “los misioneros de nuestro Instituto, ‘para tan excelsa tarea, han de ser preparados con una especial formación espiritual y moral’. Porque deben tener el espíritu de iniciativa al comenzar, así como el de constancia en llevar a cabo lo que han comenzado; deben ser perseverantes en las dificultades, pacientes y fuertes de corazón para soportar la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso”[15]


[1] Directorio de Misiones populares, 45.

[2] 1 Cor 1,21.

[3] Directorio de Misiones populares, 45; Obras ascéticas completas de San Alfonso, Reflexiones útiles para los obispos, Madrid 1954, 38; cf. Ídem, Carta a un nuevo obispo, Madrid 1954, 380.

[4] Directorio de espiritualidad, 37; San Pablo de la Cruz, Carta, 47, (Bilbao: Declée, 1960).

[5]Directorio de Misiones Populares, 45; Op. cit. San Alfonso María de Ligorio, Obras ascéticas completas de san Alfonso, Carta a un nuevo obispo, Madrid 1954, 380

[6] San Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, 62.

[7] Por ejemplo, en la Exhortacion Apostolica Evangelii Gaudium, nn. 20-23.

[8] Concilio Vaticano II Decreto para la Actividad Misionera Ad Gentes de la Iglesia, 2.

[9] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 17.

[10] CIC, c. 577.

[11] Constituciones, 22.

[12] Constituciones, 31; Santa Isabel de la Trinidad, Elevation 33.

[13] Directorio de Espiritualidad, 263.

[14] Cf. Constituciones, 254. 257.

[15] Directorio de Misiones Ad Gentes, 107.