Diciendo no negociables, entendemos su esencial pertenencia a nuestro carisma, a nuestra espiritualidad y a nuestra razón de ser. Tanto que, el prescindir de ellos significaría renunciar a la misión que se nos ha confiado, deformando nuestra identidad y muy posiblemente, sometiéndonos al espíritu del mundo[1] y traicionando así, la preciosa amistad a la cual Cristo nos ha llamado.

Contrariamente, si tales elementos son potenciados en su justa medida, seguiremos siendo fuente de gran fecundidad sobrenatural para nuestra Familia Religiosa en cuanto ofrecemos a nuestra misión en la Iglesia un compromiso, una fuerza y una eficacia incalculable.

El primero de ellos es “la marcada devoción eucarística”[2]. La Eucaristía, en la cual Cristo está realmente presente y sacramentalmente presente, debe ser siempre el centro de nuestra vida espiritual y apostólica. Cada uno debe ser adorador de Cristo en la Eucaristía y promotor de la adoración eucarística y de la Santa Misa. Nuestro obrar, de hecho, debe dirigirse a atraer las almas a Él.

Otro elemento característico es el hecho de que la nuestra es una “espiritualidad seria (‘no sensiblera’), como se ve, por ejemplo, en el hecho de que practicamos los Ejercicios Espirituales ignacianos”[3]. La Iglesia recomienda vivamente la práctica de estos ejercicios a todos los cristianos con el fin de ordenar la propia vida según Dios. También, esta espiritualidad seria se manifiesta en el hecho de que nos formamos según la doctrina de los grandes maestros de la vida espiritual como San Juan de la Cruz y otros, y no según espiritualidades vacías que son atrayentes porque están de moda.

El tercer elemento no negociable unido a nuestro carisma es el tener una “visión providencial de la vida”[4] . Que no quiere decir otra cosa que vivir según aquello que dice San Pablo todo coopera para el bien de los que aman a Dios.[5] Es el saber decir como San Pedro Julián Eymard (y estar convencidos): “Dios me ama y predispone todos mis pasos según su bondad… se trate de alegría o de pena, de consolación o de desolación, del buen éxito o del fracaso de una empresa, de salud o de enfermedad. Y visto que es la Divina Providencia la que dirige mi pequeña nave, mi deber es conformarme al Divino Piloto que me conducirá de modo seguro al puerto de la patria celeste”[6].

Los dos elementos sucesivos hacen referencia a la formación que deseamos para los miembros de nuestra Familia Religiosa y que nos debe distinguir de los otros: el primero de ellos es “la docilidad al Magisterio vivo de la Iglesia”[7] de todos los tiempos.

El otro elemento es la central importancia que tiene Santo Tomás de Aquino en nuestra formación y, en este ámbito, los mejores tomistas, como el p. Cornelio Fabro: “Porque el bien de la persona consiste en ser en la verdad y en realizar la verdad”.[8] Deseamos alejarnos de la superficialidad, la vana curiosidad, del enciclopedismo, la erudición vana que busca la extensión y no la profundidad. Queremos ser hombres y mujeres que sepan estar a la altura de los acontecimientos, que sepan juzgar la realidad temporal según la verdad sobrenatural. Es fácil dejarse llevar por la corriente, pero sólo los que están bien afirmados en la verdad y en la sana doctrina pueden resistir a la corriente.

Respecto al apostolado, el distintivo que debe resplandecer en el alma y en las obras de nuestros miembros son variados. Uno de ellos es aquello que nosotros llamamos “morder la realidad”: esto no es otra cosa que el afrontar la realidad con visión sobrenatural, para transformarla según el espíritu del Verbo Encarnado y según la encarnación. Buscamos de afrontar la evangelización sin diluir la fe en el racional, sin convertir lo sacro en profano, sin caer en espiritualidades insustanciales. Lo que perseguimos es que el Evangelio informe las culturas de los hombres[9]. Para lo cual es imperativo “un renovamiento de la vida bajo el influjo de la gracia”.[10] No como hacen otros que abrazan la cultura actual y renuncian a impregnarla del Evangelio.[11]

Otro elemento de la pastoral es la: “creatividad apostólica y misionera”.[12] El celo apostólico nace del amor… es imposible amar a Dios sin sentir arder en sí el fuego del apostolado. Un amor por Dios que permanece indiferente a las inquietudes apostólicas es completamente falso e ilusorio. La caridad es creativa, es difusiva de sí, no desperdicia ninguna oportunidad ni ahorra esfuerzos para hacer el bien. Por esto, deseamos estar intensa y creativamente envueltos en la aventura misionera.

Otro elemento que nos caracteriza es “la elección de los puestos de avanzada en la misión”[13]. Dado que, la imitación del Verbo Encarnado, “nos urge a trabajar en los lugares más difíciles (aquellos donde nadie quiere ir)”.[14]

Buscamos de ser religiosos generosos que se inclinan a mostrar la verdadera compasión de Cristo hacia el hermano que sufre en el cuerpo y en el alma. Por esto, “las obras de misericordia, sobre todo con discapacitados”[15] son otro de los elementos no negociables de nuestra Familia Religiosa.

Hay otro elemento que, en cierto modo, está presento en todo lo que hemos dicho anteriormente, esto es, el espíritu de alegría que debe reinar en nosotros: la alegría que ha caracterizado nuestro modo de vivir desde los inicios.

Finalmente somos marianos. “La devoción a la Virgen es algo propio del carisma, no sólo por el cuarto voto, sino también por la presencia de la Virgen en todas nuestras actividades, desde la consagración que renovamos en cada Misa hasta la terminación de todas nuestras fiestas con un canto a la Virgen”.[16] No es posible ser del Verbo Encarnado y no amar a María.


[1] Cf. 1 Cor 2,12.

[2] Notas del V Capítulo General, 14.

[3] Notas del V Capítulo General, 5.

[4] Notas del V Capítulo General, 5.

[5] Rom 8,28.

[6] Pedro Julián Eymard, Opere Complete, IV Serie, Esercizi Spirituali davanti a Gesù Sacramentato, giorno quarto.

[7] Notas del V Capítulo General, 4.

[8] San Juan Pablo II, Discurso a los participantes del Congreso Internacional de Teología Moral, 1, (10/04/1986): Insegnamenti IX, 1 (1987), 970.

[9] Cf. Directorio de Espiritualidad, 29.

[10] Directorio de Vida Consagrada, 340.

[11] Cf. Directorio de Espiritualidad, 29

[12] Notas del V Capítulo General, 5.

[13] Notas del V Capítulo General, 4.

[14]

[15] Notas del V Capítulo General, 4.

[16] Notas del V Capítulo General, 5.

Espiritualidad Cristocéntrica y Eucarística

Porque el fin específico de nuestra Familia Religiosa es la evangelización de la cultura, es decir, el trabajar por transfigurarla en Cristo[1] y para Cristo[2] y porque estamos convencidos de que “nuestro pobre aliento únicamente es fecundo e irresistible si está en comunicación con el viento de Pentecostés”[3] los miembros del Instituto del Verbo Encarnado tenemos el noble oficio de “amar y servir, y hacer amar y hacer servir a Jesucristo… Tanto al Cuerpo físico de Cristo en la Eucaristía, cuanto al Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia”[4]. Ya que Cristo en la Eucaristía es fuente y centro, artífice y expresión fundamental de la cultura cristiana[5]. Asimismo, es la Sagrada Eucaristía la fuente y fuerza creadora de comunión entre los miembros de la Iglesia[6].

Sabiéndonos además llamados a ser “otros Cristos”[7] y reconociendo que eso no se logra sin familiaridad con el Verbo hecho carne[8] oculto bajo el velo sacramental, nos sentimos urgidos a la oración y adoración incesantes[9]. Por este motivo en nuestras comunidades se adora al Santísimo Sacramento durante una hora diaria conscientes de que no sólo es el acto más santo y más justo[10] que podamos realizar, sino también porque estamos persuadidos de que “un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica”[11].

Así pues, esta bellísima espiritualidad cristocéntrica y eucarística que nos identifica, requiere una auténtica educación litúrgica conducente a una participación “plena, consciente y activa”[12] de la Eucaristía. Aspecto este que se manifiesta explícitamente en la formación que recibimos y que impartimos en nuestras casas de formación, puesto que consideramos que “la celebración de la Eucaristía tiene [una] ‘importancia esencial’ en la formación espiritual de nuestros seminaristas[13], y es el ‘momento esencial de su jornada’[14][15]. A tal punto estamos convencidos de ello que hemos podemos decir que “el Seminario es la Misa”.

Para nosotros “lo principal, lo más importante que debemos hacer cada día, es participar del Santo Sacrificio de la Misa”[16] y así “en todas las casas del Instituto la Santa Misa es el centro de la vida, es el sol que ilumina la vida interior, el apostolado, el trabajo y toda actividad”[17]. En este sentido, parece que nunca se insistirá lo suficiente sobre el hecho de que a nuestros sacerdotes les compete “ser maestros del ars celebrandi, y a nuestros seminaristas mayores, a nuestros hermanos, etc. el esforzarse por su parte, en vivir del modo más perfecto el ars participandi[18].

Más aun, como “en la tarea de evangelizar la cultura no son suficientes los esfuerzos individuales o de alguna generación, sino que se hace necesario un gran movimiento que vaya creciendo en extensión y profundidad”[19] consideramos que la Eucaristía además de ser “el fundamento más profundo de nuestra unidad como Familia Religiosa”[20], nos impulsa a la misión y ella misma se vuelve el centro de nuestra pastoral.

Es decir, la Eucaristía no sólo es fuente de la caridad sino, de alguna manera, el objetivo de todo nuestro apostolado. Por consiguiente, todas nuestras actividades apostólicas –campamentos, oratorios, el apostolado educativo, las peregrinaciones, los grupos de jóvenes, las misiones populares, etc.– tienen como componente esencial una marcada devoción eucarística o al menos son conducentes a ella.

Siendo entonces la Sagrada Eucaristía la “consumación de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos”[21] todos los miembros del Instituto están “dispuestos a ir a cualquier parte de la tierra a donde sea necesaria la predicación del Evangelio y la celebración de la Eucaristía”[22]; a fin de proponer y promover, en todos los ambientes –de las familias, de las asociaciones laicales y de las parroquias y, sobre todo, en los centros de educación (especialmente en los seminarios y universidades) y de investigación científica, y en los medios de comunicación social–, una auténtica pastoral de la santidad, que subraye la primacía de la gracia y que tenga su centro en la Eucaristía dominical[23].

Allí donde nuestros misioneros tienen la cura pastoral de una parroquia −ya en medio de la selva, ya en zonas rurales o en las grandes metrópolis del mundo− trabajan con denodado esfuerzo “para que la Santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles”[24], y “se alimenten con la celebración piadosa de los sacramentos, de modo particular con la recepción frecuente de la Santísima Eucaristía y del sacramento de la Penitencia”[25], promoviendo asimismo el culto de la Eucaristía por medio de la exposición Eucarística para ser adorada por todos.

La celebración eucarística solemne los domingos y fiestas de precepto, las procesiones eucarísticas con su correspondiente “diálogo eucarístico”, el cuidado del ajuar litúrgico, etc. no son sino manifestaciones de la marcada devoción eucarística que nos caracteriza y según la cual queremos destacarnos. Porque siempre será cierto que “en la Sagrada Eucaristía está contenido sustancialmente todo el bien común espiritual de la Iglesia[26], ‘esto es, Cristo’[27][28].

Quien participa de las misas celebradas por los miembros del Instituto percibe “un estilo de celebraciones litúrgicas en las que se encarna el Verbo y en las que aparece –sacramentalmente– Encarnado, en las que se resalta siempre la principal presencia y acción del Sacerdote principal −Cristo mismo−, y en las que se percibe que la esencial actitud del sacerdote secundario es la actitud orante –propia del que se sabe mero instrumento, e instrumento deficiente, subordinado a la causa principal y sujeto a sus fines–, y en las que todos los elementos visibles coadyuven al conocimiento esplendoroso de lo Invisible”[29].

En suma: sabemos que “en la Eucaristía, la lógica de la Encarnación alcanza sus extremas consecuencias”[30] y que en ella encontraremos la luz, fuerza e inspiración necesarias para llevar a cabo la ingente labor de la Nueva Evangelización que nos aguarda[31]. Por lo tanto, la devoción al Verbo Encarnado presente en la Eucaristía es, así sin más, un elemento no-negociable adjunto al carisma del Instituto del Verbo Encarnado y la ‘plataforma’ desde la cual nos lanzamos a la maravillosa aventura de inculturar el Evangelio.


[1] Cf. Directorio de Espiritualidad, 122.

[2] Cf. Constituciones, 13.

[3] Constituciones, 18.

[4] Constituciones, 7.

[5] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 244.

[6] Directorio de Espiritualidad, 294.

[7] Constituciones, 7.

[8] Constituciones, 231.

[9] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 226.

[10] Cf. Constituciones, 139.

[11] Constituciones, 22.

[12] Sacrosanctum Concilium, 48.

[13] Cf. Pastores Dabo Vobis, 48.

[14] Cf. Ibidem.

[15] Directorio de Seminarios Mayores, 224.

[16] Constituciones, 137.

[17] Directorio de Seminarios Menores, 14.

[18] Cf. P. C. Buela, IVE, Ars Participandi, cap. 1.

[19] Constituciones, 268.

[20] Directorio de Espiritualidad, 300.

[21] Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, 73,3; citado en Directorio de Vida Litúrgica, 8.

[22] P. C. Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte II, cap. 3, 12.

[23] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 243-244.

[24] Directorio de Parroquias, 59; cf. CIC, c. 528 § 2.

[25] Ibidem.

[26] Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, 65, 3, ad 1.

[27] Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, 79, 1 c.

[28] Directorio de Vida Litúrgica, 6.

[29] Cf. Ibidem, 2.

[30] San Juan Pablo II, Alocución dominical (19/07/1981), 2; OR (26/7/1981), 2.

[31] Cf. Directorio de Espiritualidad, nota 385; op. cit. San Juan Pablo II, Mensaje en el V Centenario de la Primer Misa en América (12/12/1993); OR (14/01/1994), 9.

Esencialmente Marianos

Según el artículo 4 de nuestras Constituciones, que expresa el carisma propio del Instituto, nos confesamos como “esencialmente misioneros y marianos”[1] y manifestamos que es firme nuestra resolución de trabajar “en suma docilidad al Espíritu Santo y dentro de la impronta de María”[2] “para prolongar la Encarnación en todas las cosas, haciendo un cuarto voto de esclavitud mariana según San Luis María de Montfort”[3]. “De modo tal que podemos decir que nuestra espiritualidad se deriva de la Persona del Verbo y de su Madre”[4]

Por tanto, la devoción a la Madre del Verbo Encarnado se convierte naturalmente en un elemento esencial y no negociable del Instituto. Pues −como muy acertadamente señala nuestro Fundador− es algo que “no puede perderse sin grave prejuicio de nuestro carisma”[5], y que se convierte, además, en “fuente perenne de fecundidad sobrenatural para nuestra pequeña Familia Religiosa”[6].

Tan es así que, nuestra espiritualidad “que quiere ser del Verbo Encarnado”[7] queda “signada, con especial relieve”[8] por la consagración a María “‘en materna esclavitud de amor’ según el modo admirablemente expuesto por San Luis María Grignion de Montfort”[9] al profesar nuestro cuarto voto, “de modo que toda nuestra vida quede marianizada”[10].

Este cuarto voto[11] implica, por un lado, entregarle a la Madre de Dios con valentía, todo lo que somos, todo cuanto tenemos, “o podamos tener en el futuro, en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, sin reserva alguna […], y esto por toda la eternidad, y sin esperar por nuestra ofrenda y servicio más recompensa que el honor de pertenecer a Jesucristo por María y en María”[12]. Y, por otro lado, implica también que “es nuestro deseo, es nuestra intención explícita marianizar toda nuestra vida”.

Para nosotros la total consagración a Jesús por María es un “programa de vida hermoso”[13], que nos permite vivir de la forma más perfecta los consejos evangélicos. Ya que “consagrarse a la Virgen es dejarse llevar por Ella hasta el Corazón de Jesús para que Cristo sea formado en nosotros[14][15]. “Es Ella el modelo perfecto de consagrada al que todo religioso debe siempre contemplar e imitar”[16], señala el derecho propio. Entonces, esta devoción a la Madre de Dios, no es algo accesorio o decorativo, sino que es inherente a la vida diaria de cada uno de los religiosos del Instituto. Esto lo manifestamos, por ejemplo:

– renovando todas las veces que sea necesario, incluso varias veces al día, nuestra consagración a la Virgen;

– esforzándonos por ser “apóstoles de María”[17], porque estamos convencidos de que la devoción mariana es contenido esencial de la evangelización y por eso la devoción a la Virgen María es principalísima en todas nuestras misiones;

– recitando el santo rosario diariamente; el Ángelus; realizando procesiones con la Virgen en las misiones populares; celebrando con gran solemnidad sus fiestas; llevando el escapulario de la Virgen, etc.   

–  intentando, por todos los medios, imitar las virtudes de nuestra Madre del Cielo, para de ese modo pronunciar diariamente nuestro fiat y, como Ella, hacernos disponibles para siempre a la voluntad de Dios. Ella es el modelo de quien aprendemos la “docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo, trabajando siempre contra la tentación de la dilación, contra el miedo al sacrificio y a la entrega total”[18] y también junto a Ella al pie de la cruz aprendemos a sufrir en silencio y a dar la vida por las ovejas.

Sabiéndonos nacidos del Inmaculado Corazón de María, la devoción a la Madre de Dios es esencial en nosotros si hemos de ser fieles a nuestro carisma, si hemos de realizar con fruto nuestra misión. Por eso llevamos a la Virgen, particularmente bajo la advocación de la Purísima y Limpia Concepción de Luján, a todos los lugares donde se halla el Instituto. La Virgen es nuestra Reina, es nuestra Madre, y después de Jesús, el más alto ideal y nuestro gran amor.  

Por eso decimos en el código fundamental de nuestra espiritualidad: “No, Jesús o María; no, María o Jesús. Ni Jesús sin María; ni María sin Jesús. No sólo Jesús, también María; ni sólo María, también Jesús. Siempre Jesús y María; siempre María y Jesús. A María por Jesús: He ahí a tu Madre (Jn 19, 27). A Jesús por María: Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5). Todo por Jesús y por María; con Jesús y con María; en Jesús y en María; para Jesús y para María. En fin, sencillamente: Jesús y María; María y Jesús. Y por Cristo, al Padre, en el Espíritu Santo”[19].


[1] Constituciones, 31.

[2] Ibidem.

[3] Constituciones, 17.

[4] Constituciones, 36.

[5] Cf. P. Carlos Buela, IVE, Juan Pablo Magno, cap. 30.

[6] Ibidem.

[7] Directorio de Vida Consagrada, 413.

[8] Directorio de Espiritualidad, 19.

[9] Constituciones, 83.

[10] Directorio de Espiritualidad, 19.

[11] Explicado en nuestras Constituciones, en los números 82-89.

[12] San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Tratado de la verdadera devoción a María, 121.

[13] P. Carlos Buela, IVE, Totus tuus ego sum.

[14] Ga 4, 19.

[15] P. Carlos Buela, IVE, Mi parroquia Cristo Vecino, Apéndice, 1, Prólogo.

[16] Directorio de Vida Consagrada, 410.

[17] Directorio de Espiritualidad, 307.

[18] Directorio de Espiritualidad, 16.

[19] Directorio de Espiritualidad, 325. 

Espiritualidad seria

Nuestra espiritualidad está profundamente marcada por todos los aspectos del misterio de la Encarnación[1]. Al punto que podríamos decir que nuestra espiritualidad es la del “Ave María”, la del “Ángelus” y la del himno de la kénosis[2], la del “Magníficat” y la del “Gloria”[3]. Por lo tanto es una espiritualidad que nos impele a trascender lo sensible y nos dispone al desprendimiento total buscando en todo y por todo la gloria de Dios[4].

Conforme al carisma con que Dios nos ha bendecido y dadas las inmensas necesidades espirituales de la humanidad en el mundo actual, estamos convencidos de que con un afianzamiento cada vez más arraigado en los principios de nuestra espiritualidad y siendo creativos a la hora de difundirla, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado podremos prestar el servicio particular que de nosotros pide y espera la Iglesia.

La evangelización de la cultura exige de nosotros una espiritualidad con matices peculiares: “pide un modo nuevo de acercarse a las culturas, actitudes y comportamientos para dialogar con profundidad con los ambientes culturales y hacer fecundo su encuentro con el mensaje de Cristo. […] Dicha obra exige una fe esclarecida por la reflexión continua que se confronta con las fuentes del mensaje de la Iglesia y un discernimiento espiritual constante procurado en la oración”[5]. Por lo tanto, siguiendo las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado entendemos que “el evangelizar consiste principalmente en llevar la gracia de Dios a todos los hombres, haciendo de ellos una humanidad nueva, es decir, hombres nuevos creados según Dios en justicia y santidad verdadera[6][7].

Así entendida la evangelización de la cultura es característico en nuestro apostolado la predicación de los Ejercicios Espirituales según el espíritu genuino de San Ignacio de Loyola, la prédica de las misiones populares donde la devoción eucarística y el sacramento de la reconciliación, juntamente con la devoción a María Santísima, son los pilares sobre los que se levanta y preserva la evangelización de un pueblo; y por supuesto, el anuncio de la Palabra que busca llevar a los hombres a la conversión a Dios mediante “la adhesión plena y sincera a Cristo y su evangelio mediante la fe”[8].

Ahora bien, ¿por qué decimos que nuestra espiritualidad es seria?

  • La nuestra es una “espiritualidad seria”, no porque sea falta de alegría o aburrida, sino seria porque está abierta a la trascendencia, y nos hace tender a ella aun en medio de las dificultades de la vida, porque entiende que “todo lo mejor de acá, comparado con aquellos bienes eternos para que somos criados, es feo y amargo”[9].
  • Seria porque le da primacía a la vida de oración, porque sabemos que “no trabajamos por cosas efímeras o pasajeras, sino por ‘la obra más divina entre las divinas que es la salvación de las almas’”[10] y la oración viene a ser para nosotros el alma de nuestra vida religiosa y apostólica.
  • Seria, porque es marcadamente eucarística.
  • Seria, porque queremos inmolarnos mediante la práctica de los votos de obediencia, pobreza, castidad y materna esclavitud mariana, para tender a la perfección de la caridad imitando al Verbo Encarnado en su modo de vida, y para ser “como una huella que la Trinidad deja en la historia”[11].
  • Seria, porque “siguiendo al Papa en la doctrina y a los santos en la vida, jamás nos equivocaremos, ya que no puede equivocarse el Papa en las enseñanzas de la fe y de la moral, ni se equivocaron los santos en la práctica de las virtudes”[12].
  • Seria, porque “queremos formar almas sacerdotales y de sacerdotes que no sean “tributarios”[13]. Que vivan en plenitud la reyecía y el señorío cristiano y sacerdotal”[14].
  • Seria, porque “queremos formar hombres virtuosos (de “vir” y de “vis”: que tengan la fuerza del varón) según la doctrina de los grandes maestros de la vida espiritual, en especial: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Luis María Grignion de Montfort, Santa Teresa del Niño Jesús, de todos los santos de todos los tiempos que la Iglesia propone como ejemplares para que imitemos sus virtudes”[15].
  • Seria porque se nos manda ser “maestros de la oración” y nos urge, como hemos apenas dicho, a aprender de los grandes maestros de la vida espiritual, entre ellos del gran doctor de la iglesia San Juan de la Cruz.
  • Seria porque está anclada en la sólida doctrina enseñada a lo largo de los siglos por nuestra Santa Madre Iglesia, que quiso hacer de las enseñanzas sanjuanistas una de sus páginas más bellas. Y aunque muchas almas amigas de dulzuras y consuelos no quieran leer a San Juan de la Cruz y se llenen la cabeza con autores blandengues[16], nosotros preferimos el “pan duro” de la doctrina radical sanjuanista, porque “es el que Dios da ordinariamente a los que quiere llevar adelante”[17]. Pues que el Mismo que nos dijo: Sígueme[18] fue quien asoció a su llamado el báculo de la cruz.
  • La nuestra es una espiritualidad seria porque a partir de la fe viva y vigorosa que busca infundir en nosotros nos hace capaces de juzgarlo todo desde la trascendencia, y nos da esa visión providencial de toda la vida[19] con lo cual valoramos todo desde Dios y en orden a Dios. Ciertamente esto nace de la oración, pero se traduce en obras concretas de exigencia religiosa. El desprendimiento total y completo, efectivo y afectivo, de todo aquello que no es Dios, y la pérdida del miedo de “quedarse sin nada”, en el orden que sea, son también elementos que nos caracterizan.
  • Siendo conscientes de que la “vida religiosa es un proceso de continua conversión”[20] y que siempre debemos crecer en nuestra fe, a nosotros se nos anima a pasar valerosamente por “las purificaciones de los sentidos y del espíritu, activas y pasivas”[21]. En efecto, consideramos que “un religioso que no esté dispuesto a pasar por la segunda y la tercera conversión, o que no haga nada en concreto para lograrlo, aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual”[22].
  • La nuestra es una espiritualidad seria porque imprime a fuego en nuestras almas el amor por la cruz, que debe motivarnos a elegirla siempre, con preferencia de cualquier otro medio. La cruz no solamente aceptada sino positiva y directamente preferida y abrazada.
  • La nuestra es una espiritualidad seria porque consideramos que “la idea clamorosa es sacrificarse”, y que sólo “así se dirige la historia, aun silenciosa y ocultamente”[23].
  • La nuestras es una espiritualidad seria porque nos lleva a esforzarnos por “abrazar la práctica de las virtudes aparentemente opuestas […] practicando la veracidad, la fidelidad, la coherencia y la autenticidad de vida, contra toda falsedad, infidelidad, simulación e hipocresía”[24].
  • Finalmente, la nuestra es una espiritualidad seria porque es mariana. Y consagrándonos como esclavos de la Virgen estamos siguiendo el camino que siguió, que sigue usando y que usará Él para venir al mundo[25]. Por eso nuestro código fundamental reza: “Todo por Jesús y por María; con Jesús y con María; en Jesús y en María; para Jesús y para María”[26].

Dios solo[27].  


1] Cf. Constituciones, 8.

[2] Cf. Flp 2,6ss.

[3] Directorio de Espiritualidad, 78.

[4] Cf. Constituciones, 67.

[5] Cf. Directorio de Espiritualidad, 51; op. cit. San Juan Pablo II, Alocución a los obispos de Zimbawe (02/07/1985), 7; OR (21/08/1985), 10.

[6] Ef 4, 23-24.

[7] Cf. Directorio de evangelización de la Cultura, 57.

[8] Constituciones, 165; op. cit. Redemptoris Missio, 46.

[9] San Juan de la Cruz, Carta 12, A una doncella de Narros del Castillo (Ávila), febrero de 1589.

[10] Directorio de Espiritualidad, 321.

[11] Constiuciones, 254 y 257, fórmulas de profesión religiosa.

[12] Constituciones, 213.

[13] Cf. Num 18, 24; Gen 47, 26; San Juan de Ávila, Sermones de santos, op. cit., T. III, p. 230, cit. a San Vicente Ferrer, Opusculum de fine mundi.

[14] Constituciones, 214.

[15] Constituciones, 212.

[16] Cf. P. C. Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 14.

[17] San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, Libro III, cap. 28.7.

[18] Mc 10, 21.

[19] Notas del V Capítulo General, 11.

[20] Constituciones, 262.

[21] Constituciones, 10.40 y Directorio de Espiritualidad, 22.

[22] Directorio de Espiritualidad, 42.

[23] Directorio de Espiritualidad, 146.

[24] Constituciones, 13.

[25] Directorio de Espiritualidad, 83.

[26] Directorio de Espiritualidad, 352.

[27] Constituciones, 380.

Estudio de Santo Tomás de Aquino

San Juan Pablo II escribió: “La filosofía es como el espejo en el que se refleja la cultura de los pueblos”[1]. Por tanto, el estudio de la filosofía es para nosotros –dedicados específicamente a la evangelización de la cultura[2]– de singular y eminente relevancia. Así lo señalan nuestras Constituciones donde se lee que la “filosofía es la que nos lleva a un conocimiento y a una interpretación más profunda de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios […] frente a una situación cultural del todo particular, que exalta el subjetivismo como criterio y medida de la verdad”[3]. De tal modo que a nosotros, religiosos y misioneros del Verbo Encarnado, nos incumbe necesariamente el tener una “certeza de la verdad”, la cual viene dada sólo por una sana metafísica y fundada en la realidad objetiva de las cosas[4].

De aquí entonces que siguiendo el ejemplo de los Papas, las directivas del Concilio Vaticano II y del Código de Derecho Canónico vigente, que han dado un lugar privilegiado a las enseñanzas del Doctor Angélico, es nuestra clara intención seguir a Santo Tomás de Aquino; pues eso es lo que exige de nosotros el fin específico del Instituto ya que sólo así podremos discernir entre los elementos de una cultura determinada qué corresponde y puede ser asumido por el Evangelio para aceptarlo y qué no, para rechazarlo. Lo cual comporta, asimismo, un juicio activo sobre el pensamiento humano y sobre el mismo tomismo en relación con el pensamiento moderno.

Por eso, nuestra formación intelectual y filosófica es clara e intencionalmente tomista como lo manda la Iglesia[5] y lo requiere la dignísima tarea de “inculturar el Evangelio”[6]. Ya que es “desde la filosofía del ser que el hombre puede encontrar su verdadero fundamento que es el ser, puede encontrar su fin último que es el Ser por Esencia y puede encontrar también su fondo que es la libertad. Y de este modo, descubrir los verdaderos valores culturales”[7].

En este sentido, el Venerable Arzobispo Fulton Sheen escribió: “Es solamente accidental que Santo Tomás pertenezca al siglo XIII. Su pensamiento no está confinado a ese período de la historia humana como no están las tablas de multiplicar confinadas al pasado. La verdad es eterna, aunque su expresión verbal sea localizada en el tiempo y en el espacio. Si la necesidad crea una realidad, entonces Santo Tomás nunca fue más real de lo que es hoy. Si la realidad hace a la modernidad, entonces Santo Tomás es el príncipe de los filósofos modernos. Si un universo progresista es un ideal contemporáneo, entonces la filosofía de Santo Tomás es su más grande realización. El idealismo moderno necesita el complemento de su realismo; el empirismo necesita sus principios trascendentales; el biologismo filosófico su metafísica; la moralidad sociológica su ética; el sentimentalismo su teoría de la inteligencia; y el mundo necesita al Dios que él conoció, amó y adoró”[8].

Santo Tomás, en efecto da perenne luz a todos los temas que tocan al hombre y al quehacer humano. Su pensamiento “quiere ser la expresión más vigorosa de las posibilidades de la razón en su quehacer de fundamentación de la ciencia y de la fe”[9]. Su metafísica, como bien decía San Pablo VI, es la metafísica natural de la inteligencia humana. En efecto, “posee una aptitud permanente para guiar al espíritu humano en la búsqueda de la verdad, de la verdad del ser real que es su propio y primer objeto, y de los primeros principios, hasta llegar al descubrimiento de su causa trascendente que es Dios. Bajo ese aspecto, escapa a la situación histórica particular del pensador que la ha excogitado e ilustrado como la metafísica natural de la inteligencia humana […] Asimismo, ‘reflejando las esencias de las cosas realmente existentes en su verdad cierta e inmutable, ella ni es medieval, ni propia de una nación en particular; sino que trasciende el tiempo y el espacio, y no es menos válida para los hombres de hoy’”[10]. Con toda razón, pues, se ha llamado al Santo Doctor “el hombre de todas las horas, homo omnium horarum[11].

Por tanto, a nosotros no nos cabe un tomismo vulgarizado, de manual, como sucede con aquellos que conocen ‘algo’, generalmente superficial y epidérmico, y casi siempre impregnado de la escolástica formalista o esencialista, que trasmutó el esse por la existentia y de donde surgieron las ‘espiritualidades’ y las ‘pastorales’ formalistas o esencialistas, sin garra y sin morder la realidad[12]. Antes bien nos empeñamos en adquirir una inteligencia auténticamente metafísica, que capacite a nuestros religiosos para conocer la realidad, y sean capaces de hacer diagnósticos precisos y aplicar los remedios oportunos. Es decir, lo nuestro es adquirir una metafísica que muerda la realidad, y que se proyecte después para bien de las almas y del mundo, y que por ser precisamente objetiva y realista, ‘tenga garra’.

Por eso, el derecho propio enfáticamente nos invita a “trascender el método manualístico por medio del recurso constante a la lectura de las grandes obras filosóficas de la antigüedad; con un Tomismo vivo, que implica: el contacto directo con el mismo Aquinate, en sus obras principales y secundarias, llegando así al pensamiento auténtico de Santo Tomás hasta poder pensar desde él, entrando en diálogo y en polémica con los problemas y pensadores contemporáneos. Un tomismo vivo que se contrapone a un tomismo formalista y fosilizado y que es lo que el P. Cornelio Fabro llama el ‘tomismo esencial’[13][14].

Esto lo hacemos “a través de la lectura de los grandes comentaristas de Santo Tomás[15], entre quienes el derecho propio explícitamente menciona al P. Cornelio Fabro argumentando que es más importante que todos los comentaristas del pasado “por cuanto es conocedor de todos ellos y poseedor de textos auténticos y estudios históricos más avanzados sobre el Aquinate, que lo ponen en contacto más puro con el pensamiento original del Angélico”[16]. Y también, “por medio del estudio de la filosofía moderna: ya que es a los interrogantes y cuestionamientos de los autores modernos que debemos responder. En especial es fundamental conocer críticamente el pensamiento de Kant y Hegel”[17].

Es por eso que en varios Capítulos Generales del Instituto[18] y conforme al pensamiento de nuestro Fundador y a lo mandado por el derecho propio, se ha remarcado –como un elemento adjunto al carisma no negociable– nuestra clara intención de seguir a Santo Tomás y dentro de este marco al P. Cornelio Fabro, quien es a nuestro modo de ver, “el conocedor más profundo de Santo Tomás de todos los tiempos”[19].

Simplemente porque la filosofía de Santo Tomás es la filosofía del ser, esto es del ‘actus essendi’, cuyo valor trascendental es el camino más directo para elevarse al conocimiento del Ser subsistente y Acto puro que es Dios. Así entonces nosotros, que somos discípulos del Verbo Encarnado que un día se presentó a los apóstoles diciendo Yo soy[20] así nosotros queremos ser sacerdotes, religiosos, y misioneros del ‘ser’.


[1] Cf. Fides et Ratio, 103.

[2] Constituciones, 26.

[3] Pastores dabo vobis, 52.

[4] Cf. Constituciones, 220.

[5] Cf. Notas del V Capítulo General, 5.

[6] Constituciones, 5.

[7] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 11.

[8] God and Intelligence, Prólogo [Traducido del inglés]

[9] C. Fabro, “Santo Tomás frente al desafío del pensamiento moderno”, en AA.VV., Las razones del tomismo, Pamplona, EUNSA, 1980, p. 43.

[10] San Pablo VI, Alocución al Congreso Tomista Internacional, 10 de setiembre de 1965, en AAS 57 (1965), pp. 788-792; el remarcado es nuestro. La citación incluida es de San Pablo VI, Carta al P. A. Fernández, Maestro General de los Frailes Predicadores, del 7 de marzo de 1964; AAS 56 (1964) pp. 303-304.

[11] Ibidem.

[12] El arte del Padre, III Parte, cap. 4.

[13] Directorio de Formación Intelectual, 56; op. cit. “Por un tomismo esencial”, en AA.VV., Las razones del Tomismo, Pamplona 1980. “Un ‘tomismo essenziale’ e un tomismo che non ha carattere semplicemente storico ma è, anzitutto ed eminentemente, un tomismo speculativo che deve sapersi approfondire e radicalizzare tenendo conto anche delle esigenze legittime del pensiero moderno”. Cf. A. Dalledonne, Il tomismo essenziale nell’esegesi “intensiva” di Cornelio Fabro, in Renovatio, XVI, 1981, p. 118.

[14] Directorio de Formación Intelectual, 56.

[15] Ibidem.

[16] Ibidem.

[17] Ibidem.

[18] Ver Notas del V Capítulo General, 5 y Notas del VII Capítulo General, 21 y 104.

[19] P. Carlos Buela, IVE, El arte del Padre, III Parte, cap. 4.

[20] Mt 14, 27.

Creatividad Apóstolica movidos por el amor a Dios

“No se puede ser apóstol sin ser creativo; y sin ser creativo no se puede ser misionero”[1].

De allí que para nosotros que nos confesamos “esencialmente misioneros”[2] uno de los elementos no negociables adjuntos del carisma del Instituto sea precisamente la creatividad apostólica. Elemento que se desprende del mismo mandato de Cristo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio[3] y como el Padre me ha enviado, así también os envío yo[4].

Es por eso por lo que todo miembro del Instituto del Verbo Encarnado experimenta una sana “impaciencia por predicar al Verbo en toda forma”[5]. Y así, siguiendo el mandato evangélico: Id y enseñad a todas las gentes[6], por todo el mundo[7] marcha “con el fervor y el entusiasmo de los santos, aún en los momentos de dificultad y persecución”[8] a predicar el evangelio “aun a costa de renuncias y sacrificios”[9].

Cada uno de nosotros sabiéndonos evangelizadores y catequistas nos esforzamos en desempeñarnos como tal donde quiera que vayamos y cualquiera sea la tarea que se nos encomiende. Me gastaré y me desgastaré[10] es nuestro programa. No nos instalamos en la comodidad alcanzada después de algunos años en nuestro lugar de misión, no ahorramos esfuerzos para evangelizar, sino que nos dedicamos a hacer más y mejor por la causa de Cristo, sabiendo al mismo tiempo que el principal protagonista de la misión es el Espíritu Santo: todo es gracia y nada podemos sin Él, pero Él nos ha constituido como cooperadores suyos[11]. Lo nuestro es estar siempre disponibles. Por eso no renunciamos a priori a ninguna de las formas de predicar la Palabra[12], y con gran creatividad e inventiva buscamos adaptarnos para llegar a todas las almas.

Somos conscientes de que “hay que asumir, en la medida de lo posible, sin dejar los medios tradicionales de apostolado, los modernos campos que se abren a la actividad de la Iglesia. Pues la sana creatividad es un elemento esencial de la Tradición viva de la Iglesia”[13]. Pero al mismo tiempo, por ser “del Verbo Encarnado” no tenemos miedo a las pastorales inéditas, siempre que sean según Dios. De modo tal que nos consagramos con entusiasmo no sólo a enseñar el catecismo sino también a servir a todos por cuantos medios nos inspire el consejo y la prudencia, con la única pretensión de gastarnos y desgastarnos para ganar almas para Dios. Porque lo nuestro es vivir la locura de la cruz, es decir, el vivir en el más y en el por encima[14].

Así es que en las diversas realidades de nuestras misiones, ya sea en zonas rurales o en las grandes metrópolis, ya en los climas más extremos, ya trabajando en obras de misericordia corporales o espirituales, ya en el silencio del claustro, lo nuestro es morir a nosotros mismos para que otros tengan vida y esperanza, fundando principalmente toda nuestra labor apostólica en una vida interior rica de fe y de unión íntima con Dios[15].

Hoy en día contamos con misioneros dedicados al trabajo intelectual, a la publicación de revistas, de libros, a la predicación de misiones populares y ejercicios espirituales, a la atención de parroquias, muchas de ellas en zonas necesitadas; otros dedicados a la pastoral familiar, juvenil, hospitalaria, vocacional, etc.; misioneros avocados al cada vez más extenso apostolado de los medios de comunicación social; misioneros dedicados al apostolado educativo en todos sus niveles y en especial a la formación en seminarios, entre otros muchos que podríamos mencionar. Porque estamos convencidos de que “lo que no es asumido no es redimido”[16], y de que nada de lo humano nos puede permanecer ajeno ni puede permanecer ajeno al evangelio.

En definitiva, el nuestro ha sido un llamado a “realizar grandes obras, empresas extraordinarias”[17]; a tomar en serio las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes…[18] por eso pedimos a Dios cada día “el fervor espiritual, la alegría de evangelizar, aun cuando tengamos que sembrar entre lágrimas”[19].

Somos religiosos para irradiar el fervor de quien ha recibido, ante todo en nosotros mismos, la alegría de Cristo, y aceptamos consagrar nuestras vidas a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo[20]. Y con ese mismo espíritu estamos dispuestos a “descubrir con alegría y respeto las semillas del Verbo que se hallan presentes en las tradiciones nacionales y religiosas de los distintos pueblos para transformarlos con la fuerza divina del evangelio”[21]. Estamos persuadidos de que nuestro campo de acción como misioneros del Verbo Encarnado no tiene límites de horizontes, sino que es el ancho mundo, porque Jesús dijo: id por todo el mundo…[22]. Así entonces, nuestra visión misionera es universal, y nos esforzamos en lograr llegar al mayor número de almas a través de distintos medios.

Por eso estamos dispuestos a dar los primeros pasos por Cristo, sin amedrentarnos “por miedo a los límites, reales o ficticios, que pretenden acortar nuestra acción sacerdotal”[23], antes bien procuramos movernos “con docilidad y prontitud a la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo”[24] y en esta misma fidelidad al Espíritu Santo hallamos la superación a todas las dificultades que pudiésemos encontrar en la misión. No nos conformamos con sólo tener las puertas abiertas de una parroquia o de una misión, sino que salimos a exhortar a las almas a que vengan, y con un sinnúmero de iniciativas hacemos que esa parroquia o esa misión se mantenga viva y Jesús tenga siempre compañía. Porque lo nuestro es la creatividad apostólica[25].


[1] Cf. Ars Participandi, cap. 10, 2, c, 1.

[2] Constituciones, 31.

[3] Mc 16, 15.

[4] Jn 20, 21.

[5] Directorio de Espiritualidad, 115.

[6] Mt 28, 19.

[7] Mc 16, 15.

[8] Directorio de Misiones Ad Gentes, 143.

[9] Directorio de Misiones Ad Gentes, 139.

[10] 2 Cor 12, 15.

[11] Cf. 2 Cor 6, 1.

[12] Sacerdotes para siempre, II Parte, cap. 3.11.

[13] Constituciones, 160.

[14] Directorio de Vida Consagrada, 398.

[15] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 259-260.

[16] San Ireneo de Lyon, citado en Documento de Puebla, n. 400; cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Ad Gentes, n. 3, nota 15; Constituciones, 11; 40.

[17] Directorio de Espiritualidad, 216.

[18] Ibidem; op. cit. Mt 19, 21.

[19] Cf. Directorio de Misiones ad Gentes, 144.

[20] Cf. Ibidem, 144; op. cit. Cf. Evangelii Nuntiandi, 80.

[21] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 83; op. cit. cf. Ad Gentes, 11.

[22] Cf. Directorio de Espiritualidad, 87; op. cit. Mc 16, 15.

[23] Cf. Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 6.5.

[24] Directorio de Espiritualidad, 16.

[25] Notas del V Capítulo General, 5.

Docilidad al Magisterio

De la Iglesia Católica y para la Iglesia Católica

Porque el Instituto ha nacido en la Iglesia Católica y es de la Iglesia Católica y para la Iglesia Católica, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado nos formamos para la Iglesia.

De esto se sigue que un religioso del Verbo Encarnado “reconoce en el Sumo Pontífice la primera y suprema autoridad y le profesa no sólo obediencia, sino también fidelidad, sumisión filial, adhesión y disponibilidad para el servicio de la Iglesia universal”[1]. Se anonada a los pies de la Iglesia[2] y no quiere que nadie lo supere “en obsequiosidad y amor al Papa y a los Obispos, a quienes el Espíritu Santo ha puesto para gobernar la Iglesia de Dios”[3].

En este sentido nuestras Constituciones determinan –como no podía ser de otro modo– que nuestro fin específico de la evangelización de la cultura se ha de lograr “de acuerdo con las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia”[4]. Y de aquí emana este elemento adjunto al carisma no-negociable que es la “docilidad al Magisterio vivo de la Iglesia de todos los tiempos”[5]. Pues, buscamos en el tesoro del Magisterio de la Iglesia la solidez, la pureza y la norma próxima de la fe que requiere la sublime tarea de evangelizar.

Según esto consideramos fundamental que nuestros religiosos se alimenten con las palabras de la fe y de la buena doctrina[6], principalmente por el “conocimiento amoroso y la familiaridad orante con la Palabra de Dios”[7] por medio de la cual adquirirán “la santa familiaridad con el Verbo hecho carne”[8]y que sean formados en la “más estricta fidelidad al Magisterio supremo de la Iglesia de todos los tiempos”[9], sólidamente instruidos en una sana teología –la cual “proviene de la fe y trata de conducir a la fe”[10]– edificada sobre “un conocimiento profundo de la filosofía del ser”[11]

Estamos convencidos de que una verdadera evangelización de la cultura no se puede logar −y ni siquiera concebir− sin fidelidad al Magisterio de Pedro y a los Obispos unidos a él, todo lo cual queda demostrado en las innumerables citas de los textos magisteriales en el derecho propio. Ya que el “Magisterio no es algo extrínseco a la verdad cristiana ni algo sobrepuesto a la fe; más bien, es algo que nace de la economía de la fe misma, por cuanto el Magisterio, en su servicio a la Palabra de Dios, es una institución querida positivamente por Cristo como elemento constitutivo de la Iglesia”[12].

En efecto, nuestras Constituciones prescriben como elementos fundamentales para conseguir nuestro fin específico en la Iglesia, es decir, para permear con el evangelio las culturas, no solo las enseñanzas de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, sino también las Exhortaciones Apostólicas Evangelii nuntiandi y Catechesi tradendae, el discurso del Papa San Juan Pablo II a la UNESCO y otros sobre el mismo tema, el Documento de Puebla, la Carta Encíclica Slavorum Apostoli, la Carta Encíclica Redemptoris missio, la Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores dabo vobis, n. 55, c; y todas las futuras directivas, orientaciones y enseñanzas del Magisterio ordinario de la Iglesia que puedan darse sobre el fin específico de nuestra pequeña Familia Religiosa[13].

Así entonces, por amor a Cristo y a su Cuerpo Místico los religiosos del Instituto consagramos nuestra “vida espiritual al provecho de toda la Iglesia”[14] y nos dedicamos a “trabajar según las fuerzas y según la forma de la propia vocación, ya con la oración, ya con el ministerio apostólico, para que el reino de Cristo se asiente y consolide en las almas y para dilatarlo por todo el mundo”[15]. Y así, sentimos y actuamos “siempre con ella, de acuerdo con las enseñanzas y las normas del Magisterio de Pedro y de los Pastores en comunión con él”[16] porque nos sabemos llamados a ser testigos de comunión eclesial (sentire cum Ecclesia) mediante “la adhesión de mente y de corazón al Magisterio de los Obispos, y de vivirla con lealtad y testimoniarla con nitidez ante el Pueblo de Dios”[17]

Dedicados a vivir en plenitud el misterio de la Encarnación del Verbo, nuestra formación intelectual tiene por objeto el estudio de la verdad y es precisamente el Magisterio vivo de la Iglesia una de las fuentes donde abrevamos esa sed de verdad ya que –como consta en el derecho propio– “el Magisterio puede hablar de ‘la verdad que es Cristo’”[18]. En efecto, nuestra formación se hace con plena conciencia y solicitud eclesial, en plena obediencia al sucesor de Pedro, con sincero respeto a su magisterio y en fidelidad a la Santa Sede. En este sentido, se ha intentado siempre el enviar a los miembros del Instituto a realizar sus estudios en la Ciudad Eterna precisamente para ser testigos, día a día, de la tradición viva de la fe tal como es proclamada por la Sede de Pedro[19]. Todo lo cual ha sido siempre signo distintivo de nuestra Familia Religiosa.

En definitiva, nuestra formación, que está dirigida al conocimiento sublime del Verbo Encarnado, no puede sino ser “hecha con fe y ‘en Iglesia’[20], en estricta fidelidad a su Magisterio”[21].

Actuar de otro modo sería ir no sólo en contra de nuestro propio carisma sino también de nuestra misma razón de ser religiosos.


[1] Constituciones, 271.

[2] Constituciones, 76.

[3] Ibidem; op. cit. San Luis Orione, Carta sobre la obediencia a los religiosos de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, Epifanía de 1935, Cartas de Don Orione, Ed. Pío XII, Mar del Plata 1952.

[4] Cf. Constituciones, 5.

[5] Notas V Capítulo General,4.

[6] 1Tm 4, 6.

[7] Directorio de Formación Intelectual, 41.

[8] Constituciones, 231.

[9] Constituciones, 222.

[10] Directorio de Formación Intelectual, 44.

[11] Constituciones, 227.

[12] Directorio de Formación Intelectual, 43; op. cit. Donum veritatis, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, 14.

[13] Constituciones, 27.

[14] Directorio de Vida Consagrada, 24.

[15] Cf. Ibidem.

[16] Directorio de Vida Consagrada, 25

[17] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 25.

[18] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 2; op. cit. cf. Dignitatis Humanae, 14.

[19] Cf. Constituciones, 265.

[20]  San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Internacional de los equipos de Nuestra Señora, 17de septiembre de 1979.

[21] Directorio de Seminarios Mayores, 340.

Visión providencial de la vida

Puestos de avanzada

El Navega mar adentro[1] pronunciado por el Verbo Encarnado a orillas del lago de Genesaret y cuyo eco resuena místicamente desde entonces, ha sido acogido a lo largo del arco de los siglos por incontables almas que tomando en serio las exigencias del Evangelio se disponen a morir, como el grano de trigo, para ver a Cristo en todas las almas y en todas las cosas[2]. Entre ellos tenemos la dicha y el privilegio de querer ser contados los miembros del Instituto del Verbo Encarnado que hoy nos encontramos predicando el Evangelio esparcidos en todos los continentes y en muchos lugares denominados “destinos emblemáticos”. 

¿Qué son los destinos emblemáticos?

Son puestos de avanzada, misiones o destinos misionales que generalmente son muy difíciles. Son aquellos lugares donde nadie quiere ir[3], ya por la pobreza del lugar, ya por el peligro, ya por la persecución religiosa, ya porque se prevé que a corto o mediano plazo habrá pocos frutos –nos referimos a frutos visibles para el misionero y a los ojos del mundo, porque siempre hay mucho fruto, comenzando por la santidad de los mismos misioneros–. Todos esos lugares “representan un tinte de honor para nuestra pequeña Familia Religiosa, pues se trata de puestos de misión en donde tal vez los misioneros no vean frutos abundantes de su trabajo, de donde probablemente no surjan vocaciones y a donde, quizás, si no hubiésemos aceptado ir nosotros nadie hubiese querido ir a causa de las dificultades”[4].

Esto para nosotros no es simplemente ‘una manera de decir’, antes bien es una exigencia claramente expresada en el derecho propio: “No hay lugar donde haya un alma que le esté vedado al misionero. A las chozas más humildes, a las alturas más altas, a las quebradas más escabrosas, donde hay menos gente, en donde se espera menos frutos, donde la gente es más díscola, donde hay más dificultades… allí el misionero debe ir tomado de su bordón, en su automóvil, en avión, a pie o a caballo, en sulky o en barco… porque ésa es su vocación y a eso lo envía la obediencia”[5]. Tal disponibilidad para la misión fue reafirmada por dos Capítulos Generales tanto en el año 2007 como en el 2016, donde se decidió priorizar este tipo de misiones, precisamente porque “la elección de los puestos de avanzada en la misión”, es decir, “lo que hemos dado en llamar ‘destinos emblemáticos’” es un elemento adjunto no negociable del carisma del Instituto[6].

Ya lo decía San Juan Pablo II: “La Iglesia hoy no tiene necesidad de funcionarios, administradores o empresarios, sino sobre todo de ‘amigos de Cristo’, que sepan manifestar el amor en una actitud de servicio altruista que no excluya a nadie”[7].

Así es que nuestros misioneros sin dejarse amedrentar por las dificultades, ni “atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones”[8]; y sin desanimarse por el pronóstico del escaso fruto o por la escasez de medios, hoy en día llevan adelante una labor misionera espléndida en Siria, en las Islas Salomón, en Egipto, en Papúa Nueva Guinea, en Iraq, en la Franja de Gaza, en Tayikistán, en Islandia, en Guyana, en la selva del Perú, en Tanzania, en Taiwán, en Rusia y en muchos otros “puestos de avanzada” sabiendo que sus esfuerzos y sus sufrimientos no serán inútiles; sino que al contrario, constituyen la levadura que hará germinar en el corazón de otros apóstoles el anhelo de consagrarse a la noble causa del Evangelio, y en muchas almas la vida de la gracia, aunque ellos no lo vean directamente.

Porque un auténtico misionero del Verbo Encarnado se sabe elegido, tomado de entre los hombres[9] para la honrosísima misión de “ser instrumento de salvación”. Porque está convencido de que “no trabaja por cosas efímeras o pasajeras, sino ‘por la obra más divina entre las divinas’[10], que es la salvación eterna de las almas”[11] y con verdadero temple sacerdotal se entusiasma cada vez más en caminar el camino regio de la cruz agigantándose en su pecho el vivo deseo de que Él reine[12]. Porque en el fondo de su alma siente personalmente dirigido a él el divino gemido de nuestro Señor: los obreros son pocos[13] y no puede sustraerse a la sublime “misión de llevar el Evangelio a cuantos –y son millones de hombres y mujeres– no conocen todavía a Cristo, Redentor del hombre”[14]. Porque sabe que su vocación exige de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo[15] y a imitación de Cristo quiere perder la vida para salvarla y conquistarla en plenitud[16]. En definitiva, porque no se puede ser ‘del Verbo Encarnado’ y al mismo tiempo ser “esquivos a la aventura misionera” lo nuestro es y será siempre buscar los destinos emblemáticos.

Pues sabemos que aun cuando lo nuestro es gastar la vida en esas avanzadas misioneras de la Iglesia y seamos con frecuencia ignorados, olvidados o perseguidos, contamos con la ayuda inigualable y la protección maternal de la Santísima Virgen que “se consagró plenamente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo”[17].  Ella es quien inspira y sostiene nuestro esfuerzo “aun en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas”[18].


[1] Lc 5, 4.

[2] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 1; op. cit. Directorio de Espiritualidad, 216.

[3] Cf. Directorio de Espiritualidad, 86.

[4] Juan Pablo Magno, cap. 30: “El Papa y nuestro derecho propio”, IVE Press, New York 2011, p. 535. El texto está comentando lo que los Padres Capitulares discernieron como elementos del carisma del Instituto en el Capítulo General del año 2007.

[5] Directorio de Misiones Populares, 19.

[6] Cf. Notas del V Capítulo General del Instituto (Segni, Italia, 2007) n. 57-58 y Notas del VII Capítulo General del Instituto (Montefiascone, Italia, 2016) n. 59, 77-78, 81.

[7] San Juan Pablo II, A los seminaristas y novicios en Budapest (19/08/1991).

[8] Directorio de Misiones Ad Gentes, 147; op. cit. Redemptoris Missio, 66.

[9] Heb 5, 1.

[10] Pseudo-Dionisio, citado por San Alfonso, Selva de materias predicables, IX, 1.

[11] Directorio de Espiritualidad, 321.

[12] Cf. Directorio de Espiritualidad, 225; op. cit.1 Cor 15, 25.

[13] Mt 9, 37.

[14] Directorio de Misiones Ad Gentes, 53; op. cit.  Christifideles Laici, 35.

[15] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 146.

[16] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en Mantua (22/06/1991).

[17] Lumen Gentium, 56.

[18] Constituciones, 30.

Obras de misericordia

Verdadera Compasión de Cristo

En una sociedad en la que la ciencia y la tecnología avanzan vertiginosamente, y no obstante el desarrollo social e industrial que permea grandes sectores de la sociedad, aún perduran la pobreza, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento físico y moral, la falta de sentido y la soledad, engendrando así nuevos pobres; el Instituto todo, cual otra prolongación de la Encarnación del Verbo[1],  quiere dar “testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas”[2].

“A imitación del Verbo Encarnado, el Misionero del Padre, enviado a los pobres”[3] nuestro Instituto quiere “continuar revelando a los hombres el amor misericordioso de Dios para con el género humano, y seguir encarnándolo mediante todo tipo de obras de beneficencia y aliviar con ello muchos de los males que aquejan al hombre actual”[4], porque entendemos que “amar a Dios manifestándolo en el amor concreto a los hermanos, es el único medio posible de amar a Dios, según nos lo enseñó el mismo Jesucristo”[5].

Así entonces, y conforme al maravilloso carisma que nos ha sido legado de “enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano”[6], las obras de caridad se vuelven para cada uno de los miembros del Instituto un medio aptisímo y eficaz de evangelización. Por eso y porque la caridad de Cristo nos urge[7], lo nuestro es “privilegiar la atención de pobres, enfermos y necesitados de todo tipo practicando concretamente la caridad, como testimonio”[8]. En este sentido las obras de misericordia –corporales y espirituales–, y de entre todas ellas sobre todo las que nos ponen en contacto directo con personas discapacitadas, se convierten en uno de los elementos no negociables adjuntos al carisma del Instituto y queremos que así lo sigan siendo siempre. Porque ese “sigue siendo el camino real para la evangelización”[9]. De hecho, tan convencidos estamos de ello que consideramos a los miembros que se dedican a las obras de misericordia, junto con los mismos beneficiarios de dichas obras, como “piezas claves del empeño apostólico de nuestro Instituto”[10].

Por este motivo, dentro la gran variedad de apostolados que pueda abrazar nuestro Instituto, es nuestra decisión firme y acabada el “reservar un lugar preferencial a la labor caritativa, ya que es un componente esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia y un elemento imprescindible para la evangelización de la cultura”[11].

Más aun, las obras de misericordia “están en el corazón del Instituto”[12]:

  • Porque tienen un insustituible valor testimonial en toda cultura y circunstancia. En efecto, en aquellos países donde la proclamación explícita del Evangelio está prohibida y la única forma de hacerlo es a través del testimonio silencioso de los religiosos, las obras de misericordia pueden llegar a ser el único medio de evangelización.
  • Pero también porque en aquellos países donde se puede predicar con la palabra, las obras de misericordia nos permiten corroborar con obras lo que se anuncia[13]. Ya que muchas personas, aunque estén condicionadas por los múltiples atractivos de una sociedad a menudo opulenta e inclinada al egoísmo, es más sensible que nunca a los gestos de amor desinteresado, como lo testimonian incansablemente las personas que visitan o son atendidas en los numerosos hogarcitos que atienden nuestros religiosos.
  • Porque las obras de caridad permiten a los religiosos y, por ende, a todo el Instituto, manifestar la predilección de Jesucristo por los pobres y pequeños, de manera tal que la experiencia del trabajo con los pobres, con los niños abandonados por sus padres, con los ancianos no autosuficientes, con los enfermos terminales y sin asistencia, con los jóvenes adictos, etc., se vuelve una escuela de vida de fe para los religiosos. Con ellos y en las casas del Instituto dedicadas específicamente a su atención, se experimenta de manera palpable la presencia y acción de la Providencia Divina, en lo material y principalmente en lo espiritual.
  • Además este apostolado es fuente pródiga de vocaciones. Porque Dios infinitamente providente siempre ha de enviar quienes se ocupen de sus pobres y más necesitados, si se los atiende como Él quiere[14].

Conscientes de ello, y sabiendo que “el sacerdote es el hombre de la caridad”[15] el Instituto se esfuerza por cultivar en sus candidatos “un amor preferencial por los pobres, en los que de modo especial Cristo se halla presente[16], y un amor misericordioso y lleno de compasión por los pecadores”[17]. Porque es eso lo que en verdad nos permite ser testigos creíbles del amor de Cristo[18].

Lo nuestro es ser como el Buen Samaritano que se detiene junto al sufrimiento de otro hombre, quienquiera que sea, y ser compasivos; no sólo cuando es emocionalmente reconfortante o conveniente, sino también cuando es exigente e inconveniente[19].

El Verbo Encarnado nos lo dijo: pobres habrá siempre entre vosotros[20]. Por tanto, las obras de caridad siempre serán necesarias. Y dentro del Cuerpo Místico de Cristo, nosotros, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado queremos destacarnos por la caridad exquisita y extensiva con la que buscamos transformar el mundo según el espíritu de las bienaventuranzas, siendo en el mundo lo que fue Cristo: “el rostro de la misericordia del Padre”[21].


[1] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 15.

[2] Constituciones, 1; op. cit. Lumen Gentium, 31.

[3] San Juan Pablo II, Al capítulo general de la Congregación de la Misión (Lazaristas o Paúles) (30/06/1986).

[4] Directorio de Obras de Misericordia, 15.

[5] Ibidem.

[6] Constituciones, 31.

[7] 2 Co 5,14.

[8] Cf. Constituciones, 174.

[9] Directorio de Evangelización de la Cultura, 157; op. cit. Benedicto XVI, Discurso a los obispos, sacerdotes y fieles laicos participantes en la IV asamblea eclesial

nacional Italiana, Feria de Verona (19/10/2006).

[10] Constituciones, 194.

[11] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 156.

[12] Notas del VII Capítulo General, 106.

[13] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 70.

[14] Cf. Ibidem.

[15] Constituciones, 206; op. cit. Pastores Dabo Vobis, 49.

[16] Cf. Mt 25,40.

[17] Directorio de Seminarios Mayores, 238.

[18] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 8; op. cit. San Juan Pablo II, Mensaje para la XI Jornada mundial del enfermo (11/02/2003).

[19] Cf. San Juan Pablo II, Homilía para los fieles de la Provincia Eclesiástica de Los Ángeles, USA (15/09/1987). [Traducido del inglés]

[20] Mt 26,11

[21] Misericordiae Vultus, 1.

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